El hombre que escribía cartas de amor.

Es curioso como nos atamos a las palabras, casi inconscientemente vertemos mas sentimiento en una hoja de papel que por los labios, son gajes del oficio de algunos y algunas. La de veces que hemos escrito amor eterno, tantas que si fuéramos lo suficientemente honestos, nos haría enrojecer de vergüenza. Los versos mueren donde empiezan los besos, en los labios del que se acerca sin importarle un pepino si será abrazado por otra boca o por una buena ostia.

Pero siempre falla el valor, mas por prudencia que por cobardía, aunque en el caso de la gente que escribe, es el mismo. Imposibilidad de decir lo que las manos tan bien hablan.
Recuerdo un hombre que escribía cartas de amor, tantas que incluso el mismo se empezó a creer lo que en ellas decía, no se si antes o después de haberlas escrito, y cuando terminaba de escribirlas casi siempre lloraba el iluso, aunque él pensaba que de felicidad, era de tristeza, por que con cada carta estaba mas cerca de la verdad.
Su verdad, mi verdad, tu verdad, que importa si es objetiva, engañosa, falsa o sincera, la verdad es inmutable y tan soez como un insulto. Es mas un “escupitajo” en la cara que una brisa sobre le rostro.
El hombre que escribía cartas de amor se daba cuenta de que ponía diferentes nombres en cada tiempo a la misma musa, que no habitaba en ningún cielo, mar, lago o cúspide, sino en lo mas profundo de su ser, el hombre enamorado del amor no lo estaba por inspiración sino por necesidad.
La necesidad misma que mueve todo en este mundo, el vacío insustancial que pretendemos llenar con la más variopinta mezcla de insustanciales elementos, el hombre no buscaba con sus cartas otros labios donde fueran a morir sus versos, el hombre solo buscaba la razón que le movía a la búsqueda.
El hombre poco a poco empezaba a descubrir la verdad de su propia mentira, y todo nació al leer tantas cartas de amor verdadero hacia tantas mujeres verdaderas que en otro tiempo fueron la razón de su vida y hoy………… ni siquiera un recuerdo.
“Todo empieza en ti y de la misma forma todo muere en ti, me quiero”. Decía su última carta.

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