El Lado Animal

No está en mi naturaleza el compartir ciertas condenas, ni los pesares mundanos llegan a hacerme sentir derrotismo más allá de lo que el peso de la gravedad nos empuja a sentirnos bien atados a nuestro elemento, el suelo. Tan solo cuando una serie de elementos totalmente ajenos a nuestra propia naturaleza para cambiar las circunstancias nos hacen darnos cuenta de que pocas cosas dependen de nosotros, me siento lo suficientemente ofuscado como para necesitar el desahogo de compartir mis pequeñas heridas, no gritándole al cielo sino enterrándolas en esta tumba, tan olvidada como a veces me siento yo para el mundo.

No con el alarido de sentirme víctima sino con la furia de saber que a veces resulta tan fina la línea que nos separa de nuestro lado más animal, ese que una vez acorralado solo es capaz de mirar por su propia supervivencia sin importar nada más que ese hecho, tan arraigado en nosotros y tan olvidado por nuestra sociedad. Un lado oscuro que debemos tener siempre bien atado ya que en eso consiste ser civilizado, en atar nuestros instintos más básicos y naturales a favor de unas leyes y morales por las que regimos nuestro intelecto y por las que sacrificamos nuestra individualidad a favor de un sistema tan bien organizado como el que nos domina desde que nacemos hasta que morimos.

Pero de la misma forma que hay animales a los que no se les puede controlar en ningún zoológico, hay estómagos que deben ser llenados para apaciguarlos, sino se corre el riesgo de que empiecen a devorarse así mismos, o lo que es en consecuencia peor, que empiecen a devorar todo aquello que les rodee, sin distinción alguna más que el mero hecho de sobrevivir.

Dios aprieta tan solo, para ahogarnos ya nos tenemos a nosotros mismos, y cuando alguien aprieta un cuello corre el riesgo de que, en ese cuerpo que cree tener entre sus manos, una chispa salte y todo aquello que ha creído controlar se descontrole, y que la víctima se convierta en verdugo, un verdugo cruel que no entenderá de leyes ni morales, tan solo de furia basada en el instinto más básico de todos; la supervivencia.

Una de las etiquetas más frecuentes en mi blog suele ser la de “devorándome a mí mismo” porque considero que el mejor alimento parte de uno mismo, de nuestra vida, nuestras experiencias, de nuestras circunstancias… no hay mayor sabiduría que conocerse así mismo, nuestras debilidades, nuestros puntos fuertes, lo que nos alegra y lo que nos entristece, aquellas cosas que dentro de nuestra cabeza tienen vida propia, la sombra que nos persigue continuamente tentándonos a dejar de ser correctos y empezar a ser justos, y tantas cosas que, por superficiales que creamos ser, están anidadas dentro de nosotros. Por ello es tan importante pararse de vez en cuando frente al espejo y preguntarle al reflejo ¿quién eres? Aunque a veces no nos responda, eso no significa que no lo sepa, tan solo que no lo ha digerido aun o que en un alarde de auténtica valentía prefiere guardar silencio porque cuando ciertas preguntas son respondidas, ya no hay vuelta atrás.

La presión crece cada día, el animal cada vez se enfurece más, a la razón se la apacigua con los latigazos del conformismo, pero no olvidemos que, incluso el animal más dócil, sigue siendo un animal y la correa que lo mantiene atado tiene un límite de tensión, cuando ese límite se sobrepasa… la correa se rompe y el animal, queda libre, hambriento y enfurecido.

2 comentarios :

  1. PAKY dijo...

    Lo malo es que el ser justo se confunde con ser excesivamente sincero, cosa que en cierto modo es verdad, y a veces, en esta sociedad donde la hipocresía reina por encima de todo, hay que ser por desgracia políticamente correcto (es decir, falso) para no acabar siendo devorado por los lobos hambrientos de polémica que tan bien se esconden entre pieles de cordero.

  2. PAKY dijo...

    Por cierto, una solución para que no se rompa la correa es venirte ya sabes donde ^_^ jejejeje
    PD: de aquí a nada me veo como en The walking dead, jejejeje