Hasta luego amigo mío.

Una tumba en el olvido siempre ha sido una forma de lucha contra la misma esencia de su nombre, en muchas ocasiones, más allá de su lado más friki, ha sido un tributo a momentos de mi vida, a pensamientos sobre ella y a gente que, de una forma u otra han sido compañeros de viaje. Hoy toca, por desgracia realizar un nuevo tributo al olvido, esperando que, de una forma u otra, algunos sacrificios tengan constancia, algunos momentos realmente pueden aspirar a no terminar en la oscuridad y algunas personas tengan su merecida flor en esta tumba.

Este jueves falleció mi amigo Fernando, con tan solo 36 años, el olvido decidió darle su abrazo y no otorgarle más minutos en esta tierra, la vida, esa extraña dualidad que siempre etiquetamos según nos convenga (buena o mala, pero siempre tomando decisiones por encima de nuestras voluntades), no quiso seguir con él y  sin avisar siquiera de sus intenciones, lo abandono.

Fernando era un compañero de tertulias, un alumno y un maestro, un amigo de esos cercanos que se convierten en familia, de esas personas que son tan parte de nuestra vida como nosotros de la de ellas y no de forma gratuita, sino de las que te sientes honrado por ello.

Habría mucho que decir sobre él que haría que no mereciese ser olvidado; un profesional de verdad, de los implicados, de los que dan todo por su trabajo que siempre es pasión, como muestra, su vida se fue haciendo lo que le gustaba, con sus coches en el taller, pero eso sería decir poco sobre él, pocas personas alcanzan tal pasión por lo que hacen, tal genialidad por algo que a los demás les parece mundano y que él convirtió en mucho más que un mero trabajo. Compañero infatigable, luchador a mas no poder, contra tantas adversidades que tenía el camino y que sin embargo supo dar hasta su último aliento sin dejar jamás de luchar, levantándose de cada caída y aguantando las vicisitudes que parecía que le ponía el mundo, hasta que éste le supero de forma trágica.

Es jodido compartir tanto con alguien, ideas, pensamientos, anhelos y deseos, charlas mundanas y trascendentales, aspiraciones y metas, y ver que todo termina así, de forma absurda, surrealista y carente de toda razón lógica y humana. Tan absurdo que solo nos queda la negación y el recuerdo como única arma contra esta entropía llamada vida. Que me perdonen los creyentes, si me niego en ver en este hecho algún tipo de señal divina, algún sentido trascendental o metafísico en que alguien con tanto que aportar al mundo desparezca tan pronto sin haber tenido oportunidad de dar más, sin dejar una huella que trascienda a su familia y amigos. Sencillamente las buenas personas no merecen esto y aunque he conocido a muchos que levantan estandartes de bondad y humildad, dudo que nadie haya dado la talla como la daba él.

No es justo, y hablo con él mientras escribo, como si estuviese a mi lado ahora mismo,  porque siempre lo estará. Quizás me hayan quitado los momentos físicos, el tener a ese grandullón que me hacía sentir pequeño a mi lado en tantos momentos, pero no se han podido llevar lo que dejó en cada uno de los que lo conocíamos, estará para siempre con nosotros, en cada café, en cada coche, en cada charla, en cada clase, en cada instante, por siempre, hasta que cada uno de nosotros, de nuestro pequeño círculo de amigos de verdad se vaya poco a poco reuniendo con él en el olvido.

No os confundáis, por favor, no estoy escribiendo este post desde el dolor, sino desde la rabia, desde la negación absoluta a darme por vencido, a dejar pasar el tiempo, a superar el dolor y todas esas cosas que se suelen decir en estos momentos buscando un consuelo inexistente, no hay nada que superar sino mucho que asumir, asumir que cada momento junto a ciertas personas son regalos que nos ofrece la eternidad, que cada día aquí no es un día menos sino un día más, que uno muere como vive; luchando o acobardado, que no hay descanso nada más que al final, y que nuestra única meta no es más que cuando desaparezcamos podamos seguir aquí, un poco más, en cada una de las personas en las que tuvimos la suerte de dejar parte de nosotros.

No hay que aceptar la muerte, eso sería darse por vencido, hay que rechazarla, escupirle en la cara y decirle que no, que somos más que un cuerpo que enterrar, mucho más que unas palabras vacías de consuelo, más que la ilusión de un más allá mejor. Somos un recuerdo que debe ser recordado, unas palabras que deben ser pasadas y una vida que jamás debe ser olvidada.

Mi amigo ha sido todo eso, y soy yo el que decide no olvidar, el que no dejará que expire ninguna llama y sobre todo el que no dejará que la tristeza absorba todo lo bueno que ha dejado aquí, para el que esto escribe y para los que han tenido el privilegio de haber compartido parte del camino con él.

No es un adiós, nunca lo ha sido, tan solo es un hasta luego. Amigo mío.