¿Por qué?

Uno va dando vuelcos, cayéndose y levantándose, en una interminable espiral que se cierra sobre si misma. Y así vamos tirando, entre una eventualidad y otra, entre sonrisas y lágrimas, orgullo y menos precio, frustración y alegrías. Lo malo de los momentos malos no es otra cosa que la recapacitación, el pensar, el dar vueltas y vueltas a todo intentando buscar una solución. Porque este hecho nos lleva a descubrir cosas que mejor sería no haberlas descubierto, ya se sabe que el que busca, tarde o temprano, termina encontrando, aunque lo que halle no sea lo que esperaba.

Lo malo de cuando estamos en paro es justo eso, que nos percatamos de cosas que normalmente no llaman nuestra atención, lo peor es justo cuando esa situación de paro se alarga mas de lo que esperábamos y nos conduce a una vorágine filosófica de verdades y mentiras. Cuando llega ese vendaval, arrasa con todo. Y empezamos a construir una civilización de ideas sobre las ruinas de otras.

En la antigua Grecia debió existir mucho paro o al menos mucho tiempo de ocio que llevo a tantos a desarrollar los cimientos de lo que hoy conocemos como filosofía.

El arte de pensar cuya máxima impresión es justo lo contrario al arte, ya que las conclusiones que vamos sacando llegan a ser de todo menos hermosas obras maestras, mas bien serían los torpes garabatos de un anciano analfabeto y moribundo.

La condena que debemos sufrir aquellos que intentan llegar a algo en sus vidas, que marcaron metas a corto y largo plazo para con ellos y el mundo, terminan siendo, como en el mito de la caverna, la locura de un renegado que se atreve a decir que ha visto más allá de las sombras otro mundo posible. Porque dicha posibilidad jamás se dará, es un hecho que podemos constatar con nuestra historia; crucificamos a Jesucristo y de igual forma recluimos a “enfermos mentales” que hablan contra el sistema.

De igual forma, todos, nos lavamos las manos, aduciendo que bastante carga es ya el seguir un camino elaborado por otros como para tener, a estas alturas, que trazar uno propio.

Si nuestro corazón fuese el Mesías, sin duda, nuestra mente sería nuestro propio Judas. Mirad a los que se atreven a luchar, llevan espadas de cartón, que ilusos… Intentan derrocar gobiernos y ejércitos con palabras, cuando todos sabemos que solo la violencia puede cambiar las cosas. ¿De que sirven las palabras cuando no son escuchadas? ¿Cuándo el eco moribundo de nuestras súplicas a Dios, se desvanecen en nuestros propios oídos? ¿Qué me importas TÚ mientras YO tenga lo que quiero? ¿No es el Cielo la excusa del cristianismo para alimentar a los leones?

Que de desvaríos comete uno al escribir cuando salen sola las palabras empujadas por la frustración y la indignación, cuando habla la dignidad apuñalada por la espalda por otro, más digno que tu, qué servirá tu corazón en bandeja de oro a sus amos, para poder recibir una caricia en su lomo.

Impredecible son las letras, impredecible todas las circunstancias que conllevan a encontrar respuestas a una sola pregunta, tan difusa, tan irrisoria y esperpéntica como el que la hace….¿por qué?

Con está pregunta empezó todo, a consecuencia de ella se han creado revoluciones, se han levantado y se han destruido civilizaciones enteras. Con un por qué creamos a Dios y con esa misma pregunta lo destruimos en el siglo XXI, ahora, cuando ya no creemos en nada, cuando hemos perdido la capacidad de preguntar, de buscar respuestas nos hemos negado incluso a creer en nosotros mismos. Usamos y nos venden mil razones para no cuestionar, pero algún día alguien sin necesidad de convertirse en mártir de causas perdidas, alguien con el poder o con la convicción de una verdad tan arrolladora contra la cual ningún producto de este sistema pueda revocar, hará que te mires al espejo y empieces a ver, por una sola vez en toda TÚ vida… la respuesta a esa pregunta que nunca quieres hacerte y que tanto haces por acallar. ¿Por qué?

1 comentarios :

  1. Anónimo dijo...

    ¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: ¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios! Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron enormes risotadas. ¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá emigrado? - así gritaban y reían alborozadamente. El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. ¿Qué a dónde se ha ido Dios? -exclamó-, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos su asesino. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos cuando desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos continuamente? ¿Hacia delante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes? ¿Acaso hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene de continuo la noche y cada vez más noche? ¿No tenemos que encender faroles a mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No nos llega todavía ningún olor de la putrefacción divina? ¡También los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos consolarnos, asesinos entre los asesinos? Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos. ¿Quién nos lavará esa sangre? ¿Con qué agua podremos purificarnos? ¿Qué ritos expiatorios, qué juegos sagrados tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para nosotros? ¿No tendremos que volvernos nosotros mismos dioses para parecer dignos de ella? Nunca hubo un acto tan grande y quien nazca después de nosotros formará parte, por mor de ese acto, de una historia más elevada que todas las historias que hubo nunca hasta ahora Aquí, el loco se calló y volvió a mirar a su auditorio: también ellos callaban y lo miraban perplejos. Finalmente, arrojó su farol al suelo, de tal modo que se rompió en pedazos y se apagó. Vengo demasiado pronto -dijo entonces-, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los oídos de los hombres. El rayo y el trueno necesitan tiempo, la luz de los astros necesita tiempo, los actos necesitan tiempo, incluso después de realizados, a fin de ser vistos y oídos. Este acto está todavía más lejos de ellos que las más lejanas estrellas y, sin embargo son ellos los que lo han cometido. Todavía se cuenta que el loco entró aquel mismo día en varias iglesias y entonó en ellas su Requiem aeternan deo. Una vez conducido al exterior e interpelado contestó siempre esta única frase: ¿Pues, qué son ahora ya estas iglesias, más que las tumbas y panteones de Dios?

    Párrafo 125 de la Gaya ciencia